Durante largas y agotadoras jornadas el pequeño goblin había marchado junto a su reducida cuadrilla de merodeadores.
-¿Para qué querrá que patrullemos la entrada a esta cueva el Lord Von Glidius? Los señores vampiros tienen ideas muy raras.-
-Ya no servimos a ese vampiro… ¿no te acuerdas que hace un mes unos aventureros lo mataron?-
-Es cierto, ¿no te acuerdas que estuvimos escondidos porque creíamos que vendrían a matarnos a nosotros también?-
El pequeño goblin no lo recordaba, perder al señor al que servían era algo muy habitual, el continente estaba repleto de aventureros con sed de gloria y fortuna, y los monstruos, demonios y villanos eran la presa principal. Un esbirro de bajo rango y débil cómo él y sus compañeros no era la gran cosa, vivían siempre con miedo, pues era bien sabido que no eran seres de gran fuerza, ni destreza y mucho menos estrategia, así que un enfrentamiento con cualquier grupo de aventureros era prácticamente seguro que los perdedores serían los pequeños goblins verdes.
Y lo que es peor, los goblins han vivido merodeando, saqueando y luchando desde hace siglos, por lo que necesitan de alguien más que les proporcione necesidades tan básicas cómo el alimento y el abrigo. Antes eran criaturas salvajes y libres pero los villanos los habían domesticado para ser carne de cañón en sus malvados planes. Estaban condenados a tener que servir a un amo, y vivir con el pavor de enfrentar a los aventureros que, sin dudar ni preguntar, los masacraban en carnicerías terribles donde nunca dejaban testigos.
El pequeño goblin hizo un esfuerzo para recordar y se le vino a la mente el rostro de su nuevo amo.
-¡Ah sí cierto! Ahora servimos a ese Oni de tres cabezas, es que cómo hablan todas a la vez no les entiendo y me distraigo… entonces ¿para qué patrullamos la entrada a esta cueva?-
-¿Cuándo nos han dicho las razones? Tú siempre preguntándote todo, todo el tiempo ¿no te cansas?-
-Pero…-
El goblin no pudo continuar su frase, justo en ese momento los sorprendió un grupo de aventureros, y lo que fue peor, por sus brillantes armaduras y sus halos mágicos eran de alto nivel. Hubo un momento de silencio en el que sus compañeros se quedaron mirándolos con los ojos muy abiertos, y al unísono se dispararon a toda prisa empuñando sus oxidadas armas y dando chillidos terribles contra los aventureros.
Una flecha silbó en el aire antes de que pudieran dar unos pocos pasos y uno de sus compañeros cayó fulminado con el ojo atravesado, un par de florituras de una espada se llevó la cabeza de dos de sus amigos, y una enorme hacha destripó a otro.
El pequeño goblin de pronto estaba solo, pero su instinto no le dejaba retroceder y avanzaba a toda prisa contra sus agresores, otra flecha pasó rauda y pudo esquivarla, pero le dio en la mano haciéndole soltar su viejo pedazo de metal oxidado que él llamaba espada. Ahí fue cuando la vio, una clériga, de magia de la vida estaba mascullando palabras extrañas mientras sus ojos empezaban a brillar y lanzaba un conjuro hermoso pero terrible, solo por diversión.
Había invocado un hechizo de alto nivel de resurrección con gran precisión a su coraza de cuero. Ella creyó que sería un experimento interesante.
El goblin se detuvo de golpe al ver que de pronto las enjutas correas de su chaleco empezaban a transformarse en lo que parecía un enorme amasijo de carne y gemidos vacunos, el pequeño guerrero desesperado trató de gritar. Tuvo su último vistazo de la vida en las circunstancias más peculiares cuando en el lugar apareció una vaca atravesada por el goblin que hace poco vestía un chaleco hecho con su cuero.
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