La luna estaba creciente y cuando vi mi reloj marcaba las tres de la mañana y era la primera vez que estaba fuera de casa desde que llegué a este frío pueblo perdido en las montañas andinas. No soy muy aficionado al frío helado y prácticamente todo el día parece que uno está dentro de una heladera con la puerta abierta en este lugar. Digo con la puerta abierta solo por el hecho de que hay luz y se puede ver por donde se pisa. Pero ni bien cae la noche en este páramo húmedo la temperatura baja aún más y el sentido de la vista es negado por la más profunda capa de oscuridad. Muchas veces una densa neblina cubre el lugar, cómo si las nubes eligieran ese páramo para echarse a dormir, así que ni siquiera los astros lejanos ni la gorda luna son capaces de iluminar un poco los senderos y los bosquecillos de aterciopelados frailejones.
Generalmente cuando veo en mi reloj que marca las seis de la tarde mi cuerpo se mueve como un resorte y me dirijo directamente al cuartucho de la cabaña hecha de adobe en la que me hospedo. Estaba en ese pequeño pueblo por una tarea encomendada directamente por mi superior, trabajo en una agencia de investigación privada y hasta ahora mis casos se limitaban infidelidades y preparar café.
Un día cómo cualquier otro, en el que llegaba con media hora de retraso como de costumbre, mi jefe, tan ajetreado y siempre fruncido me tomó de los hombros, hizo una pausa que me pareció que duró demasiado y me dijo. "Te vas a San Ignacio del altiplano, hay un problema de peces". A pesar de que es un pueblo que relativamente no está demasiado alejado de ciudades más grandes, jamás lo había escuchado. Los pueblos casi siempre viven en paz pero son reconocidos por alguna festividad en la que se desborda todo y se convierte en una auténtica bacanal, cómo los diablos de Píllaro, el carnaval de Guaranda o la mama negra. Siempre hay una excusa, un santo o un solsticio para inundar el pueblo en alcohol artesanal, bailes y desenfreno. Pero San Ignacio del altiplano no tiene nada de esto, al menos no que yo sepa. Es el lugar más tranquilo y aburrido del mundo. Y yo, un chico lleno de energía, ansioso por conquistar muchachas y gustoso de las discotecas iba a ser llevado a este conjunto de casas de techo de paja que igual hubiese dado que estuviese deshabitado, nunca pasa nada.
O al menos eso creía hasta ayer por la noche cuando, como de costumbre me dirigía a mi cuarto a esperar acostado, muriéndome de frío, con los ojos abiertos mirando la absoluta oscuridad hasta que me quede dormido. Cosa que por ser extremadamente temprano se tardaba muchísimo tiempo en hacer efecto. Cuando me llamó la atención un movimiento a un lado del camino. Me acerqué despacio con la esperanza de al menos ver un conejo o algo por el estilo para darle algo de variedad a mi cotidiano, cuando pude ver más de cerca me di cuenta de que la tierra compacta de páramo se levantaba a intervalos regulares, como si algo o alguien la empujase desde abajo. Lo primero que vino a mi mente fue que dentro de poco vería emerger de la tierra un topo. Mi falta de conocimiento natural me impedía saber que en estas tierras no habita ninguna especie de topo, ya que solo viven en el hemisferio norte del planeta. Pero en ese momento estaba emocionado por ver surgir esa naricita rosada y los ojos ciegos del pequeño mamífero que tantas veces había visto en documentales y caricaturas en la televisión.
Pero el horror que vendría después es algo que hasta ahora no puedo hacer que entre en mi cabeza como lógico, pero a pesar de ello estoy seguro de que fue completamente real. Cuando la agrietada tierra no resistió más la presión surgió del suelo la cabeza impávida, naranja y humedecida de un pez, una carpa dorada con los ojos totalmente abiertos y fijos a cada lado de su cabeza, boqueando fuera del agua y palpitando ligeramente, me acerqué extrañado ¿Qué hacía un pez enterrado ahí? Había escuchado sobre peces que se entierran en lechos secos de lagos africanos esperando la época lluviosa, estaba seguro que vi un documental al respecto, entran en una especie de hibernación y se activan cuando sienten la humedad. Pero a todas luces este era un pez marino, y más importante que nada ¿Qué hacía en los altos y helados páramos andinos?
Quise tocarlo y cuando acerqué mi dedo me di cuenta de que temblaba visiblemente, mi cuerpo sabía que algo no andaba nada bien ahí. Pero antes de que la punta de mi dedo alcance a tocar al frío ser ictio hubo un violento movimiento dentro de la boca del pez que seguía boqueando como tratando de respirar, algo negro y delgado empezaba a asomarse, y con la rapidez arácnida de estos monstruos de la naturaleza surgió de las entrañas del pez en la tierra un enorme escorpión negro. Por el susto retiré la mano pero me quedé estático, había perdido la capacidad de moverme y congelado solo podía ver la espantosa exhibición, el escorpión salió provocando una pequeña convulsión en el pez naranja que dejaba ver solo su cabeza fuera de la tierra.
E inmediatamente empezó a surgir un segundo escorpión del interior del pez, esta vez más rápido, los movimientos en el pez me hacían pensar que el proceso era extremadamente doloroso, y cuando hubo salido el segundo escorpión hubo una pequeña pausa en la que el pez siguió boqueando, exhausto, sus ojos ya se habían secado y empezaban a perder su brillo, cuando el segundo escorpión salió del todo pasó levantando polvo que se adhirió a los labios y el ojo izquierdo del pez, y después de unos segundos que parecieron eternos otra convulsión atacó al pobre animal, esta vez dos grandes escorpiones negros trataban de salir a la vez de sus entrañas. En este punto me entraron ganas de vomitar y mi cerebro luchaba frenéticamente por entender que rayos estaba pasando. Miré a ambos lados del camino esperando encontrar a alguno de los pueblerinos para que se ría de mi y me de la explicación más lógica del mundo para este peculiar suceso, pero no había nadie, y dentro de mí sabía que nada de eso tenía sentido.
Los escorpiones empujándose y jaloneando lograron salir dejando nuevamente al pez boqueando, esta vez más cansado, sus movimientos eran más lentos y sus ojos estaban cada vez mas nublados, y sin darle demasiado respiro empezó a salir el quinto escorpión, e inmediatamente un sexto y otro y otro más. Los escorpiones libres de inmediato buscaban rocas o grietas en la tierra para esconderse. El sol estaba a punto de irse, por lo que el horrendo espectáculo poco a poco se iba transformando en sombras que mis ojos se esforzaban por mirar sin si quiera parpadear.
Temblando y muy asustado me fijé en el pez, la vida ya no reposaba en sus ojos y uno de los escorpiones empezaba a darle pequeños pellizcos en las mejillas carnudas.
Cuando el pez murió mis piernas empezaron a responder lentamente, pero las sentía llenas de hormigueos, había visto todo el escalofriante espectáculo en cuclillas por lo que mis extremidades inferiores se habían dormido, traté de incorporarme despacio acuciado por ese terrible dolor que no te deja dar ni un solo paso. Mientras trataba de obligar a mis piernas para moverse revisé preocupado mis pantalones, de pronto vino a mi cabeza la posibilidad de que los espantosos arácnidos venenosos se hayan subido a mí, pero para mi alivio no vi a ninguno, todos los escorpiones ya se habían perdido en la oscuridad, a excepción del que sacaba pequeños pedazos de carne del pez y se los metía en sus implacables mandíbulas.
El dolor en mis piernas era tan grande que me obligó a caer en el suelo, esperando que la sangre se extienda de nuevo por ellas y me permita salir de allí lo más rápido que pueda. En este momento fue cuando el corazón casi se me vuelca, la tierra debajo de mi mano derecha empezó a palpitar y antes de retirarla sentí la húmeda y babosa sensación de la piel de un pez que empezaba a surgir de debajo de la tierra, no me importó el terrible dolor que aún perforaba mis piernas, me levanté de un salto y me percaté que a mi alrededor la tierra empezaba a respirar y a moverse en varios puntos y pequeñas cabezas de peces naranja empezaban a surgir cómo si fueran brotes de una planta de pesadilla, salí a correr perdiendo la cabeza, la imagen de los escorpiones saliendo de la boca del pez empezaron a reproducirse en bucle en mi mente y mientras corría enceguecido y gritando totalmente desesperado empecé a sentir el estómago revuelto y cómo si unas pequeñas patitas trataran de escalar mi garganta.
Corrí durante horas, no sé si días, no era dueño ni de mi cuerpo ni de mi mente y solo corría sin sentido. Cuando pude volver en mi estaba apoyado en un árbol con la mirada fija en el cielo y boqueando, boqueando como si fuera un pobre pez que se ha salido de su pecera. La luna estaba creciente y poco a poco empecé a sentir mis manos, miré mi reloj, eran las tres de la mañana y sentí de pronto el helado frío del páramo, eso fue todo lo que pude hacer, no tenía energía ni para levantarme, pasé el resto de la noche boqueando, mirando la luna y sintiendo esporádicos movimientos espantosos dentro de mí. Cómo si algo horrible quisiera salir de golpe.
Comments