Antes de comenzar mi relato de los hechos acontecidos el lunes dieciséis de agosto del 2021 debo hacer una aclaración y especificar que casi la totalidad de los textos que escribo son ficción, ya sea fantasía, relatos, novelas guiones para televisión y uno que otro evento y simposio médico que en el fondo sé que también tienen una fuerte carga de fantasía. Pero lo que voy a narrar a ahora es totalmente cierto, y con esto no quiero generar ningún tipo de expectativa, ya que los hechos que detallaré a continuación no tienen nada de extraordinarios, ni maravillosos, quizás sean un poco misteriosos, pero nada más… Más bien, se trata de una curiosidad. Pero bueno, alargarme más en esta introducción aclaratoria justamente generará el efecto contrario a mi objetivo de no generar expectativas por el contenido de mi historia, por lo que directamente empezaré.
El día en cuestión, el pasado dieciséis de agosto del presente 2021, (ese número debería ser leído de la siguiente manera: veinte, veintiuno) salí de mi domicilio para recibir la segunda dosis de la vacuna mal llamada Sinovac, dado que este es el nombre de la farmacéutica china que la produce, el nombre real de esta vacuna de virus inactivo del Covid-19 es CoronaVac.
Al salir de mi domicilio a eso de las once del meridiano, tenía fijo mi destino, anteriormente había consultado en el aplicativo web puesto a disposición por el gobierno para conocer el recinto y fecha de vacunación, el cual había arrojado la dirección de una escuela ubicada a dos cuadras de mi casa; la fecha: el día lunes dieciséis de agosto del 2021, entre la una y cinco de la tarde.
(Como se darán cuenta estoy tratando de impostar mi relato con el lenguaje que suelen usar los cronistas noticiosos, pero tengo el presentimiento de que no lo estoy haciendo correctamente, de todas formas, escribir con estos términos rebuscados me divierte mucho así que intentaré seguir haciéndolo).
Al llegar al lugar designado me hallo con la sorpresa de la localidad vacía y cerrada, ni un alma esperando, ni una fila formada hace horas aguardando su cita, ni una vendedora callejera, nada. Me acerqué prudentemente al lugar de los hechos y hallé la sorpresa de un par de hojas de tamaño A4 pegadas al portón, claramente de reciclaje ya que del lado posterior dejaba ver tablas de Excel con información indeterminada, dichos panfletos, anuncios quizás, estaban despegados ya que las inclemencias del clima habían producido la perdida de la capacidad adhesiva de las cintas inferiores de dichos avisos. En ellos destacaba uno en el que se leía un mensaje realizado a mano con marcador permanente “Diríjase al Bicentenario” en mi mente sonaba más a una orden que a una petición.
Sorprendido y algo molesto por este cambio en mis planes subí la empinada cuesta para tomar un bus que me llevaría a dicho parque, mientras lo hacía pensaba en la incompetencia. ¿cómo podía ser que, teniendo la tecnología, tan útil, práctica e inmediata, la sede de mi vacunación según la web siga siendo esa escuela y no haya sido actualizada al ex aeropuerto de Quito, hoy parque bicentenario? Era imposible que esta información fuese reciente ya que los papeles que contenían los avisos estaban arrugados y con la tinta desgastada después de haber sido expuestos a sol y lluvia por no menos de dos semanas según mis cálculos. De todas formas, saqué mi celular para cerciorarme, a pesar de los peligros de sacar uno de estos artilugios en las calles de Quito debía confirmarlo. Abrí el aplicativo, puse mis datos y ahí, tal como lo había visto esa misma mañana estaba la dirección de la escuela ahora abandonada y el horario de una a cinco de la tarde. Al menos había salido temprano.
Cuando estaba a punto de llegar a la parada de bus recordé que no tenía en posesión ni una sola moneda, mi plan original no contemplaba alejarme más de dos cuadras de mi domicilio. Por lo que la opción del bus estaba negada, y no tenía ganas de regresar a mi casa para tomar mi vehículo (mi bici) con la que me movilizo por estas locas calles de la capital. Así que decidí caminar.
Siempre he sido un tipo que camina mucho, me gusta caminar, pero tanto por la cuarentena, el encierro y la reciente posesión de mi vehículo (mi bici de nuevo) no había caminado largas distancias en un buen tiempo, y casi llegando al parque me di cuenta de que para volver debía repetir el mismo camino. Pero ya era demasiado tarde para quejarse por esto, así que ingresé al parque por la entrada de la Real Audiencia, esperando aún un buen tramo ya que el lugar de vacunación está al otro lado del inmenso parque.
Ni bien crucé la puerta recibí una llamada, fue todo un problema ya que en medio de mi caminata había metido la chompa que llevaba en mi mochila, pues me moría del calor y mi teléfono estaba en uno de los bolsillos. Al fin pude contestar, era mi hermana, me comentaba que había escuchado en las noticias que, al parecer, la semana anterior se habían acabado las vacunas y la gente que les tocaba esos días no había podido vacunarse, por lo que todo el horario se movía. En otras palabras, me tocaría la vacuna el día miércoles o jueves. Decepción.
Y a pesar de que estaba casi completamente seguro de que me negarían el paso (ya saben, la burocracia) decidí cruzar todo el parque para averiguar, dado que los medios digitales evidentemente no me darían información certera. Al llegar al lugar pregunté por la vacuna de Sinovac, segunda dosis (mientras pensaba en mi cabeza, “aunque en realidad es CoronaVac”). Los asistentes a diferentes filas me dirigieron de una a otra. -No, joven esta es para la Pfizer.- -¿Sinovac?... nono aquí es Astrazeneca.-
Este ir y venir entre fila y fila me dejó pensando que esta agrupación por marcas de vacunas bien podría transformarse en la nueva forma de dividir a la gente. Cómo en la típica película de colegiales ¿saben? Los futbolistas, las porristas, los nerds. Y mi mente de escritor empezó a crear una posible historia con esa idea.
Pero la maquinaria se detuvo de golpe cuando un militar, fusil en mano gritaba. -¡Sinovac! En esta fila- en el revuelo y tratando de hacer mi pregunta no pude acercarme al militar así que solo levanté dos dedos y vocalicé (sin decir palabra) “¿segunda dosis?” a lo que el hombre afirmó con su cabeza, viendo que la fila se formaba a gran velocidad mi instinto fue colocarme en ella, así que entré, y después de un muy bien organizado sistema de turnos, mientras esperábamos cómodamente sentados (cuando hacen las cosas bien, hay que decirlo) pude vacunarme satisfactoriamente.
Cómo dato curioso al ver mi carnet, me di cuenta de una grata coincidencia de la vida, en el carnet consta el nombre de la enfermera (o enfermero) que puso la vacuna, mi segunda dosis me la colocó la Licenciada S. Domínguez. Yo me llamo Simón Domínguez, este pequeño detalle le encantó a mi cerebro que ama los juegos de palabras y las coincidencias.
Salí del recinto con hambre y algo cansado, no tenía ganas de llegar a mi casa a hacer el almuerzo, pero tampoco tenía un centavo para comprar nada. (¿Se dieron cuenta que ya no escribo como cronista periodístico con palabras y términos raros? Yo me acabo de dar cuenta ahora). Así que llevaba todo el peso del cansancio y veía venir negras nubes de lluvia que se acercaban peligrosamente. Me resigné, me puse la chompa y apreté el paso.
Cuando de pronto se me ocurrió una idea, podía usar la aplicación de delivery de mi celular y usar la opción (que nunca antes había utilizado) de pasar recogiendo por el restaurante, me decidí por un local de comida rápida, que no diré el nombre para no darle mala publicidad, ya que la hamburguesa que pedí fue francamente mala.
Pero eso lo sabría más tarde cuando me la comí en casa, en ese momento estaba feliz y con mi orden en la mochila sentía una especie de reivindicación con la tecnología, que esta vez funcionaba y me dejaba comprar comida, aunque no tuviese ni mi billetera ni un solo centavo en los bolsillos.
Mi camino de regreso fue más fácil y rápido, quizás porque ya no sentía la presión de la incertidumbre y la ira de todo el asunto del cambio no avisado de lugar de vacunación. Y en este camino de vuelta fui testigo de una especie de performance que me dejó atónito (y lo que voy a contar es el verdadero motivo por el cual quería hacer este relato/crónica).
Doblé una calle y pude ver a un patrullero de policía estacionándose frente a un colegio militar, yo caminaba a paso lento y relajado por lo que pude ver todo lo que sucedió. Del patrullero se bajaron dos oficiales, y muy coordinados, sin dirigirse palabra realizaron lo siguiente que voy a contar. Pero antes he de recordarles que a pesar de mi vena de escritor de ficción lo que voy a contar sucedió tal cual.
Uno de los oficiales, el que conducía, empezó a caminar a la puerta del colegio, mientras el otro se acomodaba y apoyaba en el patrullero, este había sacado su teléfono y se preparaba para tomar una foto. De pronto el que se acercaba a la puerta se detuvo de golpe y se quedó congelado un segundo en su recorrido a la puerta, un pie adelante otro atrás, congelado en medio de su caminata.
El otro aprieta el obturador y obtiene la foto. Sin mediar palabra el que estaba congelado se relaja, se da la vuelta y vuelve al patrullero. El policía fotógrafo igualmente, guarda su teléfono, abre la puerta del pasajero y se sube al patrullero. Arrancan y se van.
¿Qué fue lo que pasó aquí? ¿se trata de alguna técnica avanzada de investigación? ¿es acaso una especie de instalación artística de un taller de verano de fotografía impartido para policías? No lo sé, pero me intrigó mucho lo que vi. Así que invoco a todos mis conocidos y a los desconocidos que lean este texto, cualquier teoría es válida, y ruego que me ayuden a descifrar este peculiar acontecimiento del que fui testigo un lunes cualquiera después de recibir una vacuna que nadie llama por su nombre real.
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