Desde muy pequeña había escuchado la leyenda del Bazar de los Deseos, estoy segura de que hasta lo leí en un libro infantil ilustrado que ahora no sé dónde está. De niña me imaginaba curioseando sus escaparates repletos de objetos extraños, misteriosos y mágicos.
Había olvidado esos cuentos de la infancia y ahora los problemas de adolescente tenían mi atención alejada de las historias de magia y criaturas fantásticas. Hace poco había terminado con mi novio que, obviamente, yo creía que era el amor de mi vida. Estaba muy triste, había llorado una semana entera y me dolía la cabeza todo el tiempo.
Mi mente estaba recordando nuestra primera cita, yo había llegado primera a la plaza central, miraba los chorros danzarines de la pileta mientras esperaba nerviosa la llegada de mi príncipe soñado. En ese momento solo podía pensar en mi peinado, mi ropa y tratar de concentrarme para no sudar, pero ahora mientras repasaba en mi cabeza ese recuerdo se me vino a la mente el bazar de los deseos. Ya que, como todos saben el portal secreto para entrar en esta misteriosa tienda necesita de una plaza con pileta.
Este pensamiento me hizo dejar de llorar, en ese momento ya solo me salían sollozos roncos que más parecían arcadas de un ahogado desesperado, la idea de una tienda mágica que puede conceder los deseos más profundos del corazón era algo muy tentador, la verdad no sé por qué decidir de mi casa a medianoche e ir a la plaza del pueblo. Estaba tan cansada por tantas noches de pasar en agonía y llanto que mi cuerpo solo me llevó a la plaza.
La pileta estaba apagada y el agua vibraba levemente por el viento nocturno. Ya que estaba ahí y nadie podría verme decidí que valía la pena intentarlo, esperaba recordarlo bien por lo que me concentré y traté de repetir la rima de la canción.
Una vuelta cómo un reloj a la pileta es el inicio
Retrocederás tres pasos sin ser visto
Sin dudar darás dos vueltas sobre ti mismo
Ahora cuenta despacio del uno al cinco
Cierra los ojos, da tres brincos
El Bazar de los Deseos ha aparecido.
Lo hice mientras recitaba la canción que tantas veces había cantado de niña, he de admitir que en ese entonces nunca cerraba del todo los ojos cuando la canción lo mandaba, pero esa noche seguí al pie de la letra cada orden de la canción. Después de dar los tres brincos me sentí como una estúpida, estaba loca haciendo tonterías de niños en la madrugada, me moría del frío, pero no quería abrir los ojos, no estaba lista para otra desilusión. Pasó un minuto eterno y al fin, enojada conmigo misma abrí los ojos preparada para decirme <<Estúpida te lo dije>>.
Pero ahí estaba, a escasos cinco centímetros de mi nariz, una multitud de enredaderas y búhos que se escondían en un tupido follaje finamente tallado en una puerta de madera rojiza. Sobre la puerta había una pequeña ventanita en forma de medialuna por la que se podía ver el débil destello de velas en el interior. Muy despacio me acerqué, era un amasijo de nervios y también tenía algo de miedo, pero ahí estaba.
Empujé la puerta despacio y unas campanitas de sonido brillante anunciaron mi llegada, por dentro era más hermosa de lo que hubiese podido imaginar, estantes y estantes colmados de objetos brillantes y maravillosos, la estancia no era demasiado grande por lo que parecía que no cabía ni un solo objeto más en la habitación, una cálida chimenea dominaba el muro lateral y paralela a ella estaba el mostrador abarrotado de más artilugios y alumbrada por las cálidas velas que soltaban un maravilloso aroma a lavanda y yerba buena.
Me acerqué despacio, estaba maravillada por los llaveros, cuencos metálicos con inscripciones, frascos con líquidos misteriosos y el sin fin de argollas, cuentas, amuletos y yerbas colgadas del techo. Estaba a punto de tomar un anillo que era tan blanco que parecía hecho de invierno cuando una voz dulce me regresó a la realidad.
-Al fin encontraste el camino, te he estado esperando desde hace años-.
Estaba en blanco, frente a mí se encontraba una hermosa y voluptuosa mujer de cabello negro azabache, tan tupido que parecía ser un ser aparte, el cabello lacio cubría levemente los ojos almendrados y verdes de la tendera, vestía un elegante vestido púrpura y sobre su cabeza danzaban un par de orejas de zorro negro. Tal cómo al describían las historias, aunque obviamente un montón de palabras no llega a describir la profundidad y misterio de la dependienta del Bazar de los Deseos.
-Yo…- comencé a decir sin saber cómo continuar la frase.
-Oh, sí, ya veo- dijo la tendera sin dejar de mirarme a los ojos -El primer amor- a pesar de que físicamente le calculaba unos veintidós años, sin duda su presencia era la de un ser que había vivido siglos.
Esa mujer me leía el alma y yo no podía hacer nada al respecto, me sonrió y algo en esa simple expresión hizo que en mi corazón aparezca un pequeño valle de tranquilidad.
-Quiero recuperarlo… es el amor de mi vida- dije sabiendo que no podría ocultarle nada.
-Puedes tenerlo, sí, pero ¿es lo que realmente quieres?-
-Yo lo amo- le respondí acercándome cada vez más.
La tendera me miró un momento, solo se escuchaba mi respiración que se había acelerado sin que me dé cuenta.
-Muy bien, que así sea-.
Con una agilidad felina la tendera desapreció detrás de la trastienda y volvió enseguida, extendió hacia mí su puño. Después de un segundo de silencio lo abrió lentamente con la palma hacia arriba. Su mano de cerca era una obra de arte, sus largos y delgados dedos adornados con cadenas y anillos delicados que recordaban a enredaderas, además de extraños e intrincados tatuajes tanto en la palma como en el dorso le daban aún más elegancia a esta mujer.
En la palma tenía un cordel naranja, parecía de lana, no debía medir más de tres centímetros.
-Tendrás que atar este cordel en su cabello y él será tuyo para siempre- me extendió la mano, pero añadió en tono duro -Para siempre-
Con la respiración congelada acerqué mis dedos temblorosos, pero dudé un momento.
-No tengo dinero- dije dándome cuenta de que estaba en pijama.
-No te preocupes, no quiero dinero, aun así, deberás pagarlo… pero todo a su momento, si lo llegas a usar te cobraré- extendí la mano y tomé el fino cordel, a pesar de ser un simple hilo me parecía hermoso y su brillante color naranja era hipnotizante. Alcé la mirada para preguntar algo, pero me llevé una gran sorpresa cuando me di cuenta de que ya no estaba en la cálida estancia abarrotada de tesoros e iluminada por la fragante chimenea, había aparecido de pronto en la plaza de mi pueblo, tal como la había dejado hace solo unos minutos que me parecieron horas, una ráfaga de viento me recordó que era mitad de la noche y que yo solo vestía mi fina pijama. Regresé corriendo a mi cama y guiada por una fuerza mayor a mi voluntad caí dormida de inmediato, de pronto el cansancio y la tristeza habían desaparecido.
Al despertar con el sol en la cara busqué desesperadamente el cordón naranja para darme cuenta después de un momento de angustia que no lo había soltado en ningún momento y aún seguía entre mis dedos.
En mi cabeza resonaban las palabras de la tendera “Tendrás que atar este cordel en su cabello y él será tuyo para siempre”. Pasé dos días pensando cómo hacer eso, urdí planes y exprimí mi cerebro pensando en cómo cumplir tan específica tarea. A la final fue mucho más fácil de lo que yo esperaba. Lo llamé y nos encontramos con el pretexto de devolverle una bufanda que siempre me prestaba cuando hacía frío. Nos encontramos, hablamos y antes de despedirnos le dije que tenía algo en el pelo, me acerqué muy nerviosa, saqué el cordel de mi bolsillo y lo até con una facilidad abrumadora, ni bien solté el cordel se deshizo o se perdió entre sus cabellos, estaba hecho. A pesar de estar muy nerviosa estaba muy emocionada.
Él se fue como si nada y me quedé con la intriga de saber si había funcionado y preguntándome cuanto tardaría en hacer efecto.
Esa noche tuve un sueño muy raro, me veía a mí misma, pero era mucho mayor, quizás tendría unos cuarenta años, estaba en una hermosa casa de campo, se me veía muy feliz y sostenía la mano de un apuesto hombre, qué podía estar segura, no era el chico que creía que era mi alma gemela. El hombre me miraba con cariño y me dio un beso en los labios que pude saborear hasta en mi calidad de observadora. Él se levantó y me fijé que un hilo naranja unía nuestras manos, de pronto apareció la tendera del bazar de los deseos, parecía que mi yo del futuro y el galante hombre no podían verla, me regresó a ver con ojos tristes y estiró con su afilada uña el hilo que nos unía, lo tensó cada vez más, yo no podía hacer nada, traté de detenerla, pero ni siquiera salían palabras de mi boca, el hilo ya no pudo más y se rompió y con él también se rompió mi sueño. Desperté sudorosa y agitada.
Hoy tengo veinticinco años, mi hija ya tiene ocho años, y su padre, el chico que creía que era el amor de mi vida vive conmigo, obligado por sus padres a hacerse responsable. Ambos somos infelices, él tiene amantes y yo no tengo tiempo más que para cuidar a mi hija, ya no hay ilusión en mis ojos. Y aunque amo a mi pequeña sé que todo pudo ser diferente.
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