5 Juanjo
- Simón
- 5 sept 2021
- 2 Min. de lectura

Juanjo siempre estaba listo para ir a jugar.
-¡Juanjo ven a ver este bicho!-, -Juanjo trae la bici vamos a dar una vuelta-, -¡Juanjo ven rápido llegó el circo!-
Era el niño con más energía de toda la cuadra y sin duda el auténtico líder, nada se hacía sin Juanjo, o en todo caso todo era más aburrido sin él. Juanjo no hacía preguntas, él te veía, te sonreía y te incluía en el grupo, nunca negó espacio para nadie, desde el pequeño Matías que había aprendido a hablar hace dos días, hasta Juliana que ya estaba en segundo semestre de la universidad. Juanjo era el pegamento de amabilidad, diversión y compañerismo que mantenía el grupo unido.
Durante la tarde después del almuerzo si gozaban de la suerte de no tener demasiados deberes (o si escapaban de ellos) los niños salían a corretear en la calle. Patear una pelota, correr, la rayuela o ser cazadores de tesoros en la selva de la imaginación eran solo unas pocas de las actividades que cobraban vida en los alrededores, y cada nueva ocurrencia provenía casi siempre del imaginario abundante y maravilloso de Juanjo. El tiempo pasaba volando, las risas brotaban fácilmente y la ropa se ensuciaba a una velocidad impresionante.
Nadie se daba cuenta que el cielo empezaba a ponerse naranja, pero todos sabían lo qué significaba. Desde las ventanas floridas empezaban a surgir gritos cálidos, aromas deliciosos y rostros de madres que llamaban a sus hijos a la cena. Juanjo se encargaba de direccionar a cualquier niño o niña que distraído hiciera oídos sordos a los llamados de sus madres.
Cuando el sol desaparecía detrás de las montañas hasta el último habitante de las tardes callejeras ya había entrado a su casa. Todos excepto Juanjo, que en realidad no era Juanjo, ni siquiera él sabía desde cuando empezaron a llamarlo así, porque ni él mismo recuerda su pasado, no tiene casa, ni deberes, ni hambre, ni sueño. Él seguirá en las calles esperando a la siguiente tarde, pasará por los portones gritando los nombres de sus amigos, listo para volver a jugar.
Cada niño, niña, joven y muchacha llega a casa con una anécdota de las proezas de Juanjo en las calles, y los padres escuchan, con una sonrisa confidente, pues ellos también recuerdan cuando Juanjo los cuidaba en los juegos de las tardes de su propia infancia.
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